Posted by : Azucena
lunes, abril 06, 2020
Mitología De Dafne y frases......
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Gaia era una diosa de la mitología griega que simbolizaba la Tierra. |
En la mitología griega Dafne era una "DRÍADE" (ninfa de los árboles).
Era hija del dios río Ladón de Arcadia con Gea o del dios río Meneo de Tesalia con Creúsa, una ninfa de las aguas que además era sacerdotisa de Gea.
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La tragedia se inspiró en los héroes de la mitología que, con sus aventuras y desventuras, provocaba la emoción y la compasión del hombre. |
Apolo y Dafne (452 - 566)
Relato De La Mitología Griega.
![frases-sobre- mitología- griega Frase- de- Sócrates](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgYzOfHAkuFB4N-D5XxmUCcboc5ES2DdJKFFUNjebRW-P7Njx8qeli6LMDjDwzQMad4Ubtc7jnCXHzNj78ztoj38PgRBlZL66CHMeeG8UE0d44zuYXAS1toXJ29ndIMFoDHlszIISuMrkrs/s400/greek-+mythology-+book-min.png)
La obra llega hasta Julio César y ha sido
la principal fuente de conocimiento de la
mitología durante siglos.
![frases-sobre- mitología- griega Frase- de- Sócrates](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgYzOfHAkuFB4N-D5XxmUCcboc5ES2DdJKFFUNjebRW-P7Njx8qeli6LMDjDwzQMad4Ubtc7jnCXHzNj78ztoj38PgRBlZL66CHMeeG8UE0d44zuYXAS1toXJ29ndIMFoDHlszIISuMrkrs/s400/greek-+mythology-+book-min.png)
la principal fuente de conocimiento de la
mitología durante siglos.
El primer amor de Febo: Dafne la Peneia, el cual no el azar ignorante se lo dio, sino la salvaje ira de Cupido.
El Delio a él hacía poco, por su vencida sierpe soberbio, le había visto doblando los cuernos al tensarle el nervio, y: «¿Qué tienes tú que ver, travieso niño, con las fuertes armas?», había dicho; «ellas son cargamentos decorosos para los hombros nuestros, que darlas certeras a una fiera, dar heridas podemos al enemigo, que, al que ahora poco con su calamitoso vientre tantas yugadas hundía, hemos derribado, de innumerables saetas henchido, a Pitón. Tú con tu antorcha no sé qué amores conténtate con irritar, y las alabanzas no reclames nuestras».
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Zeus está casado con su hermana Hera, pero la mitología le atribuye muchas otras uniones: Leda, Alcmena, Dánae, Europa, Ganímedes, Ío. |
El hijo a él de Venus: «Atraviese el tuyo todo, Febo, a ti mi arco», dice, «y en cuanto los seres ceden todos al dios, en tanto menor es tu gloria a la nuestra». Dijo, y rasgando el aire a golpes de sus alas, diligente, en el sombreado recinto del Parnaso se posó, y de su setifera aljaba aprestó dos dardos de opuestas obras: ahuyenta éste, causa aquél el amor.
- El que lo causa de oro es y en su cúspide fulge aguda.
- El que lo ahuyenta obtuso es y tiene bajo la caña plomo.
- Éste el dios en la ninfa Peneide clavó, más con aquél hirió de Apolo, pasados a través sus huesos, las médulas.
En seguida el uno ama, huye la otra del nombre de un amante, de las guaridas de las espesuras, y de los despojos de las cautivas fieras gozando, y émula de la innupta Febe. Con una cinta sujetaba, sueltos sin ley, sus cabellos. Muchos la pretendieron; ella, evitando a los pretendientes, sin soportar ni conocer varón, bosques inaccesibles lustra y de qué sea el Himeneo, que el amor, que el matrimonio, no cura.
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Violó a Atenea y, a raíz de ello, nació Erictonio, quien según la mitología fue el primer rey de Atenas. |
A menudo su padre le dijo: «Un yerno, hija, me debes».- A menudo su padre le dijo: «Me debes, niña, unos nietos».
Ella, que como un crimen odiaba las antorchas conyugales, su bello rostro teñía de un verecundo rubor
y de su padre en el cuello prendiéndose con tiernos brazos: «Concédeme, genitor queridísimo» le dijo, «de una perpetua virginidad disfrutar: lo concedió su padre antes a Diana».
Él, ciertamente, obedece; pero a ti el decoro este, lo que deseas que sea, prohíbe, y con tu voto tu hermosura pugna.
Febo ama, y al verla desea las nupcias de Dafne, y lo que desea espera, y sus propios oráculos a él le engañan; y como las leves pajas sahúman, despojadas de sus aristas, como con las antorchas los cercados arden, las que acaso un caminante o demasiado les acercó o ya a la luz abandonó, así el dios en llamas se vuelve, así en su pecho todo él se abrasa y estéril, en esperando, nutre un amor.
Contempla no ornados de su cuello pender los cabellos y «¿Qué si se los arreglara?», dice. Ve de fuego rielantes, a estrellas parecidos sus ojos, ve sus labios, que no es con haber visto bastante. Alaba sus dedos y manos y brazos, y desnudos en más de media parte sus hombros: lo que oculto está, mejor lo supone.
Huye más veloz que el aura ella, leve, y no a estas palabras del que la revoca se detiene: «¡Ninfa, te lo ruego, del Peneo, espera! No te sigue un enemigo; ¡ninfa, espera! Así la cordera del lobo, así la cierva del león, así del águila con ala temblorosa huyen las palomas, de los enemigos cada uno suyos; el amor es para mí la causa de seguirte. Triste de mí, no de bruces te caigas o indignas de ser heridas tus piernas señalen las zarzas, y sea yo para ti causa de dolor. Ásperos, por los que te apresuras, los lugares son: más despacio te lo ruego corre y tu fuga modera, que más despacio te persiga yo.
A quién complaces pregunta, aun así; no un paisano del monte, no yo soy un pastor, no aquí ganados y rebaños, hórrido, vigilo. No sabes, temeraria, no sabes de quién huyes y por eso huyes. A mí la délfica tierra, y Claros, y Ténedos, y los palacios de Pátara me sirven; Júpiter es mi padre. Por mí lo que será, y ha sido, y es se manifiesta; por mí concuerdan las canciones con los nervios. Certera, realmente, la nuestra es; que la nuestra, con todo, una saeta más certera hay, la que en mi vacío pecho estas heridas hicieron. Hallazgo la medicina mía es, y auxiliador por el orbe se me llama, y el poder de las hierbas sometido está a nos: ay de mí, que por ningunas hierbas el amor es sanable, y no sirven a su dueño las artes que sirven a todos».
Del que más iba a hablar con tímida carrera la Peneia huye, y con él mismo sus palabras inconclusas deja atrás, entonces también pareciendo hermosa;
Febo ama, y al verla desea las nupcias de Dafne, y lo que desea espera, y sus propios oráculos a él le engañan; y como las leves pajas sahúman, despojadas de sus aristas, como con las antorchas los cercados arden, las que acaso un caminante o demasiado les acercó o ya a la luz abandonó, así el dios en llamas se vuelve, así en su pecho todo él se abrasa y estéril, en esperando, nutre un amor.
Contempla no ornados de su cuello pender los cabellos y «¿Qué si se los arreglara?», dice. Ve de fuego rielantes, a estrellas parecidos sus ojos, ve sus labios, que no es con haber visto bastante. Alaba sus dedos y manos y brazos, y desnudos en más de media parte sus hombros: lo que oculto está, mejor lo supone.
Huye más veloz que el aura ella, leve, y no a estas palabras del que la revoca se detiene: «¡Ninfa, te lo ruego, del Peneo, espera! No te sigue un enemigo; ¡ninfa, espera! Así la cordera del lobo, así la cierva del león, así del águila con ala temblorosa huyen las palomas, de los enemigos cada uno suyos; el amor es para mí la causa de seguirte. Triste de mí, no de bruces te caigas o indignas de ser heridas tus piernas señalen las zarzas, y sea yo para ti causa de dolor. Ásperos, por los que te apresuras, los lugares son: más despacio te lo ruego corre y tu fuga modera, que más despacio te persiga yo.
A quién complaces pregunta, aun así; no un paisano del monte, no yo soy un pastor, no aquí ganados y rebaños, hórrido, vigilo. No sabes, temeraria, no sabes de quién huyes y por eso huyes. A mí la délfica tierra, y Claros, y Ténedos, y los palacios de Pátara me sirven; Júpiter es mi padre. Por mí lo que será, y ha sido, y es se manifiesta; por mí concuerdan las canciones con los nervios. Certera, realmente, la nuestra es; que la nuestra, con todo, una saeta más certera hay, la que en mi vacío pecho estas heridas hicieron. Hallazgo la medicina mía es, y auxiliador por el orbe se me llama, y el poder de las hierbas sometido está a nos: ay de mí, que por ningunas hierbas el amor es sanable, y no sirven a su dueño las artes que sirven a todos».
Del que más iba a hablar con tímida carrera la Peneia huye, y con él mismo sus palabras inconclusas deja atrás, entonces también pareciendo hermosa;
desnudaban su cuerpo los vientos, y las brisas a su encuentro hacían vibrar sus ropas, contrarias a ellas, y leve el aura atrás daba, empujandolos, sus cabellos, y acreció su hermosura con la huida.
Pero entonces no soporta más perder sus ternuras el joven dios y, como aconsejaba el propio amor, ha tendido paso sigue sus plantas.
Como el perro en un vacío campo cuando una liebre, el galgo, ve, y éste su presa con los pies busca, aquélla su salvación: el uno, como que está al cogerla, ya, ya tenerla espera, y con su extendido morro roza sus plantas; la otra en la ignorancia está de si ha sido apresada, y de los propios mordiscos se arranca y la boca que le toca atrás deja: así el dios y la virgen; es él por la esperanza raudo, ella por el temor.
Aun así, el que persigue, por las alas ayudado del amor, más veloz es, y el descanso niega, y la espalda de la fugitiva acecha, y sobre su pelo, esparcido por su cuello, alienta.
Sus fuerzas ya consumidas palidecieron ella y, vencida por la fatiga de la rápida huida, contemplando las peinadas ondas: «Préstame, padre», dice, «ayuda; si las corrientes numen tenéis, por la que demasiado he complacido, mutándola pierde mi figura».
Apenas la plegaria acabó u entumecimiento pesado ocupa su organismo, se ciñe de una tenue corteza su blando tórax, en fronda sus pelos, en ramas sus brazos crecen, el pie, hace poco tan veloz, con morosas raíces se prende, su cara copa posee: permanece su nitor solo en ella. A ésta también Febo la ama, y puesta en su madero su diestra siente todavía trepidar bajo la nueva corteza su pecho, y estrechando con sus brazos esas ramas, como a miembros, besos da al leño; rehúye, aun así, sus besos el leño.
Al cual el dios: «Mas puesto que esposa mía no puedes ser, el árbol serás, ciertamente», dijo, «mío. Siempre te tendrán a ti mi pelo, a ti mis cítaras, a ti, laurel, nuestras aljabas. Tú a los generales lacios asistirás cuando su alegre voz el triunfo cante, y divisen los Capitolios las largas pompas. En las jambas augustas tú misma, fidelísima guardiana, ante sus puertas te apostarás, y la encina central guardarás, y como mi cabeza es juvenil por sus intensos cabellos, tú también perpetuos siempre lleva de la fronda los honores». Había acabado Peán: con sus recién hechas ramas la láurea asiente y, como una cabeza, pareció agitar su copa.
Pero entonces no soporta más perder sus ternuras el joven dios y, como aconsejaba el propio amor, ha tendido paso sigue sus plantas.
Como el perro en un vacío campo cuando una liebre, el galgo, ve, y éste su presa con los pies busca, aquélla su salvación: el uno, como que está al cogerla, ya, ya tenerla espera, y con su extendido morro roza sus plantas; la otra en la ignorancia está de si ha sido apresada, y de los propios mordiscos se arranca y la boca que le toca atrás deja: así el dios y la virgen; es él por la esperanza raudo, ella por el temor.
Aun así, el que persigue, por las alas ayudado del amor, más veloz es, y el descanso niega, y la espalda de la fugitiva acecha, y sobre su pelo, esparcido por su cuello, alienta.
Sus fuerzas ya consumidas palidecieron ella y, vencida por la fatiga de la rápida huida, contemplando las peinadas ondas: «Préstame, padre», dice, «ayuda; si las corrientes numen tenéis, por la que demasiado he complacido, mutándola pierde mi figura».
Apenas la plegaria acabó u entumecimiento pesado ocupa su organismo, se ciñe de una tenue corteza su blando tórax, en fronda sus pelos, en ramas sus brazos crecen, el pie, hace poco tan veloz, con morosas raíces se prende, su cara copa posee: permanece su nitor solo en ella. A ésta también Febo la ama, y puesta en su madero su diestra siente todavía trepidar bajo la nueva corteza su pecho, y estrechando con sus brazos esas ramas, como a miembros, besos da al leño; rehúye, aun así, sus besos el leño.
Al cual el dios: «Mas puesto que esposa mía no puedes ser, el árbol serás, ciertamente», dijo, «mío. Siempre te tendrán a ti mi pelo, a ti mis cítaras, a ti, laurel, nuestras aljabas. Tú a los generales lacios asistirás cuando su alegre voz el triunfo cante, y divisen los Capitolios las largas pompas. En las jambas augustas tú misma, fidelísima guardiana, ante sus puertas te apostarás, y la encina central guardarás, y como mi cabeza es juvenil por sus intensos cabellos, tú también perpetuos siempre lleva de la fronda los honores». Había acabado Peán: con sus recién hechas ramas la láurea asiente y, como una cabeza, pareció agitar su copa.
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Una de las pinturas más conocidas e inquietantes es la de «Saturno devorando a un hijo», tema de la mitología clásica que nunca se había representado de una forma tan brutal y expresionista. |
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- Dafne; DESGRACIA DE AMOR