Otro limpia lo que tanta satisfacción dio haber limpiado con nuestras manos, la tarea realizada por otro. Ya no se ve la basura, no se toca. Se matan los sueños cuando la cama está hecha exactamente igual todos los días, se extraña el olor a gente dormida. Si no hay paredes descascaradas qué nos recordará que moriremos, sin platos y vasos diferentes cómo sabremos distinguirnos. Ojalá siempre vino y queso, pan; y nunca a la misma hora. Qué maldad no encontrar enamarañada la manta en el sillón del living, que algunos zapatos no se desubiquen, que la música no pueda jugar en cualquier momento y alta. Libros en el baño, pulseras en la cocina y un programa de teatro de posavaso. ¿Será necesario que a medida que crecemos todo tenga que acomodarse? Miedo al patetismo de la piel floja y mal vestida, de la falta de sillas, los músculos no se adaptan porque hace tiempo no se apoyan en el piso, la maldición de las sillas, la mesa familiar que nos atrofia y los vidrios sucios excusas porque ya no vemos y a limpiarlos que no puede ser. La ropa almidonada, saber antes qué comemos y después comer, dejar de mirar las hojas que vuelan en otoño y nos vamos ahogando porque todos dicen que ahogarse está bien y allá vamos, que no se salve nadie, el afortunado un loco. El que no tenga trabajo pobre, el que tenga trabajo mirá vos que bien y la madre sonríe, sabrá más ella que algunos que no hemos sido padres lo bueno de que un hijo trabaje y sea cada día más bobo pero coma pato, y hasta conejo o pulpo. Hacer es mejor que estar, que pensar, mejor y más fácil. El tiempo pasa rápido y nos averguenzan las canas, si es un buen día nos alegran, hemos llegado hasta aquí. Ansío públicamente en el futuro ser alguno de esos viejos austeros, afortunados, que logran volver a vivir como jóvenes, como nunca debieron dejar de haber vivido